miércoles, 19 de marzo de 2008

Martes Santo, dos Saetas y presentación al pueblo.

El cielo amanece nublado, pero no hay peligro de que llueva. Aún así, las cofradías no caminan precisamente despacio. Me dirijo a Plaza Nueva, no sin antes esperar un rato ante las sillas y ver erguirse ante mí el misterio del Cerro, que ya no es la novata, dicho sea de paso. Delante del Hotel Inglaterra me dispongo a ver los Estudiantes, hermandad con demasiados penitentes (demasiadas convocatorias gastadas), y un Cristo en su Buena Muerte que se alza espléndido entre cuatro hachones y sobre un monte de lirios, austero y silencioso, sin potencias ni grandezas de dioses, sino muerto cual humilde hombre cualquiera. La delicadeza de sus brazos sobre el madero, el enrevesado paño que lo tapa, y sobre todo, la espina atravesada en la ceja, nos hacen mirar un momento a San Lorenzo y a pensar en don Juan, que con tanta habilidad esculpió al Señor. Y tras él, pequeña y tímida, la Virgen en su Angustia, techada por palio de crestería, los varales moviéndose con una de esas nuevas marchas que no conozco.

Los Estudiantes, haciendo honor a su nombre, tardaron demasiado en pasar, y frustraron mi intento de ver San Benito en la Encarnación, así que me dirigí directamente a donde todos los años, a la salida de la Gavidia, a ver La Bofetá, o el Dulce Nombre, o como queráis llamarla. Me sorprende siempre que aun estando Jesús de espaldas, el conjunto no pierda armonía. Cantaron dos saetas, la segunda, a la Virgen, con su rostro tan Dulce como su Nombre, con San Juan a su lado consolándola, con los claveles rosas, con su cara morena. A veces es una bendición seguir tradiciones de todos los años, para comprobar que nada cambia.

Salgo a calle Torneo y cojo el autobús hasta Puerta Jerez, donde pasado un tiempo aparece la Candelaria entre las catenarias del metro-centro. Es un espectáculo curioso, y sobre todo me sorprende recordar que las hermandades, cuando van de recogidas, parecen haber sido cambiadas; todo es más calmado, todo más apegado al barrio del que proceden. Y una vez que pasa el nazareno de la Salud y la Candelaria, tan blanquita ella, por la calle San Fernando, camino a su templo en Santa María la Blanca, damos el rodeo y no dirigimos andando a la puerta Carmona, a la entrada de Luis Montoto, a ver San Benito por su barrio, luciendo sus tres pasos con marchas diferentes.
Debajo del acueducto vi el misterio, caminando como una persona, adelante y atrás, bajo el ritmo que le marcaban las cornetas y los tambores. Pilatos presentando a un Cristo suplicante ante su pueblo. Y más atrás aún, Cristo muerto, Cristo con Sangre, dorada entera la canastilla, dorada y sangre, y claveles rojos en el monte. Y cerrando el cortejo, aunque tardó demasiado en llegar, la Virgen de la Encarnación salía del barrio de la Candelaria para meterse en el suyo, entre pollos asados y gente reponiendo fuerzas; una Encarnación con un rostro melancólico más que triste, con un manto bellísimo, con una mirada perdida.

Y el Martes Santo tocó a su fin. Hoy llueve. Hoy no veremos a la Piedad por las calles.
Mañana, más (si el cielo nos deja).

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