lunes, 17 de marzo de 2008

Domingo de Ramos entre Amor y una Cena

Se levanta Sevilla a ver a sus pasos caminar como figuras con vida por la calle. Me acerco a la Alameda, tan viva de noche, y ahora, tan viva de día,y pasan los capirotes azules, intensos, de nuestra señora de la Hiniesta. El Cristo ha muerto ya, a pesar de ser aún Domingo, y la Magdalena llora a sus pies. Le tocan la Saeta al doblar la esquina, y se me eriza hasta el último vello de mi espalda. Qué sublime, los cuatro hachones enmarcando la muerte del Señor, y a gritos, detrás suya, la música implorando que lo bajen ya, que acaben con su sufrimiento. Poco después, a todos se nos olvida el trágico acontecimiento, y los cirios tiniebla pasan a ser blancos. Se escuchan los tonos de Estrella Sublime. Y aunque la Hiniesta llore por su hijo condenado la vemos bella y serena, clamando en silencio el dolor de madre. No hay consuelo.

San Juan de la Palma está a rebosar. Cada una de los que están allí esperan impacientes la salida del silencio blanco, de Amarguras repetidas hasta tres veces. El ambiente llega a hacerse algo hediondo por la presencia de ciertos sujetos que, embriagados ya por la cerveza, no hacen más que molestar, gritar y a la vez pedir silencio. Y el silencio, por suerte, se hace. Mis pies gritan dolorosamente, pero en Sevilla, Domingo de Ramos, hay que morir de dolor,y hacer penitencia por los pecados de todo el año. Al fin, la cruz de guía sale, muda y altanera como ella sola, para abrir el cortejo, tan puro y tan carente de sonido, de Jesús en su silencio ante el desprecio de Herodes. Y el misterio conoce una revirá gloriosa, una plaza llena de gente aplaudiendo el esfuerzo costalero, hermanos que no cesan de cargar con su Cristo hasta bien entrada la calle Feria. Y tras el misterio, la Amargura, grande y gloriosa,señora de Sevilla (una de tantas, una de algunas); sus bambalinas al son de la marcha de Font de Anta, una vez, dos veces y hasta una tercera. El sujeto embriagado que está a mi vera la canta en voz alta, blasfemando los sutiles tonos de tristeza. Y termina la tercera amargura, y la multitud se dispersa.

En Cuna-Orfila hay menos gente, al menos al principio. Todo el mundo está concentrado en El Salvador, ya que está completa su restauración, y al fin sus tres hermandades vuelven a salir desde su interior. Una ya lo ha hecho, la otra a punto está; la tercera, tendrá que esperar al Jueves Santo para poner su pie y a su nazareno de Pasión en la calle. Los nazarenos del Amor pasan la encrucijada y se van metiendo en calle Orfila, donde una representación de los Panaderos los espera en la puerta para rendir homenaje. Parecen sonreír desde sus rostros todavía serios. "Hermanos, habéis vuelto a vuestra casa; habéis vuelto a vuestro ambiente. Felicidades." Los nazarenos negros pasan sin mirar hacia los lados, con sus cirios en alto. El Cristo del Amor, con el pelícano a sus pies, hace acto de presencia igual de silencioso. Otro año más se me encoge el corazón al ver la magnífica talla de Juan de Mesa, tan similar en rasgos pero a la vez tan diferente de otras del mismo imaginero. Pasa el Cristo, silencioso, hasta el otro lado de la calle. Tan humilde como ha venido, se va.

No podemos esperar a la Virgen del Socorro, quiero ver a la Cena por su barrio. Cuando llegamos al Rinconcillo, la cruz de guía está junto a Santa Catalina. Justo a tiempo. No se demoran demasiado los tres pasos de la hermandad en llegar. Los nazarenos, blancos, se notan ya cansados, deseosos de llegar a los Terceros y de abandonar sus imágenes, mal que les pese. Llega el primer paso, esa hermosa Cena. El secreto de montar un buen misterio es que, cuando se mire de frente, no quede ningún hueco libre. La Cena lo cumple, sin duda. Además, es un paso lleno de detalles: aparte de los resaltes en plata entre la madera barnizada de la canastilla, vemos cómo se introducen espigas de trigo entre las rosas rojas de los jarrones de las cuatro esquinas. Judas, con una bolsa (presumiblemente con la recompensa por la entrega del Señor) es el único que no mira al Maestro, que está, en este momento, bendiciendo el vino. A los pies de la mesa, una jarra de agua y un paño blanco. El lavatorio de pies. Tras el grandioso primer paso, se acerca un Cristo pensativo, sobre una colina, lleno de Humildad y Paciencia. No lo adornan flores bonitas, tiene incluso cardos entre su exorno, pero su cara no muestra desprecio, sino dolor. Pasa sin pena ni gloria, sin música de capilla, esperando su muerte. Y tras él, la Virgen del Subterráneo, con pequeñas rosas como siempre, alzando su vista al cielo.

Un cielo que ha visto morir el Domingo, y que hoy verá renacer la Pasión con el Lunes Santo. Santa Marta nos espera por Jesús del Gran Poder.
Mañana, más.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Desde mi punto de vista fue algo distinto, será ahi donde radica principalmente la diferencia de gustos respecto a semana santa.

Un beso mon amour